26 de marzo
Miércoles octava de Pascua
Lc 24, 13-35 ¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las escrituras?
Arde mi corazón, Señor, cuando te acercas y me dices una palabra que interpreta y clarifica mi vida; arde mi corazón cuando me paro a escucharte y me abres a la soledad sonora de tu presencia, cristalina fuente que en la bodega interior, donde me habitas, me llenas de tu semblante plateado. Arde mi corazón, Señor, y recoge en su fragilidad la llama de tu amor vivo que me consume sin pena por el camino. Arde mi corazón, Señor, en la cena que recrea y enamora. Arde mi corazón y me haces fuego de amor porque me llamas a anunciar que verdaderamente has resucitado y te apareces en la realidad de nuestra vida.