3 de diciembre
Lunes I de adviento
Is 2, 1-5 Venid
Recibimos tu llamada, Señor, a ponernos en movimiento. Hacia ti. “Venid, subamos al monte del Señor”; “vamos a la casa del Señor”. Salir de nuestros inmovilismos. Disponernos a obedecerte, como los criados del centurión, que le dice a uno ve, y va. Desear salir de nuestras parálisis personales y sociales, poner ante ti las enfermedades que nos impiden caminar. Deseo escucharte: “Voy yo a curarlo”. Tú siempre, Señor, en camino para ofrecernos salvación.
«Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo, pero basta tu palabra para que se cure mi criado»»). Os aseguro que en Israel no he encontrado en nadie tanta fe.
(Mt 8,5-13; Le 7,1; Jn 4,43-54
La frase del centurión, como la respuesta de Jesús, han quedado eternizadas.
Señor yo no soy digno de que entres en mi casa pero una palabra tuya bastará para sanarme. En todas las misas del mundo se dice esta frase, en recuerdo de aquel pasaje del evangelio. Señor, danos la fe, y humildad del Centurión; para que nuestras palabras sean sinceras, y nuestra alma este limpia, al recibirte en la Sagrada Eucaristía.