6 de diciembre
Sábado I de adviento
Is 30, 19-21.23-26 Tus ojos verán a tu maestro
Así es. Desterradas las lágrimas de la mirada, limpia y purificada por la claridad de tu presencia, los ojos podrán ver, y reconocerte en el camino de la vida, en la lluvia que das para la semilla, en el grano de la cosecha, en los ganados que pastan en las praderas, en los ríos y en los cauces de agua, en medio de la ciudad, del asfalto, de las calles bulliciosas. Tu luz, Señor, hará ardiente mi mirada y, sin saber cómo, te veré en medio del todo y de la nada. Mis ojos verán a mi maestro. ¡Ven, Señor, Jesús!
Que así sea. Que pueda reconocerte en el camino, en la parcela de la viña que me has dado: en mi familia, en el amor que la sostiene y que Tú alientas, en el futuro que en los hijos renueva gozoso nuestra esperanza, en el trabajo de cada día, en nuestras manos, que Tú instruyes y capacitas, en la Iglesia que nos acoje, nos enseña, nos ocupa…
Que así sea, Maestro, que te vea, que te veamos en medio de la vida, de lo más cerca y más lejos, de lo alegre y de lo triste, cada día, cada hora…