8 de abril
Miércoles octava de Pascua
Lc 24, 13-15 A ellos se les abrieron los ojos, y lo reconocieron
Comento, converso, discuto, te pones a caminar conmigo, mis ojos no te ven, me detengo, me preocupo, te replico, te respondo, te cuento la historia, el acontecimiento de mi vida, acepto que me recrimines mi capacidad de entender, aunque me duele, escucho que me expliques las escrituras que hablan de ti, te pido quédate conmigo, con nosotros, solo cuando entras en mi morada, te sientas, tomas el pan, pronuncias la bendición, lo partes, y me lo das, solo entonces…
Caminas a mi lado, me hablas, me acompañas y yo no te reconozco. Ellos tampoco te reconocieron.
Quédate conmigo que anochece, no me dejes que tengo miedo si te vas. Ellos no querían que te fueras.
Me hablas y me llenas, me llamas y me detengo, te pones a mi lado y me renuevas. Ellos sentían que le ardía el corazón.
Ellos estuvieron contigo cerca de la cruz y cambiaron la decepción de perderte por la alegría al reconocerte resucitado.
¿Cuántas veces te has puesto a caminar a mi lado cuando pierdo la esperanza, cuando el miedo me hace huir, cuando la cruz pesa en mis hombros…? y yo no te he reconocido. Ahora, Señor, no me dejes, quédate conmigo que cae la tarde… siéntate en mi mesa y abre mis ojos.