18 de noviembre
Lunes XXXIII
Lc 18, 35-43 ¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mi!
Jesús, hijo de Dios, ten misericordia de mi, que soy un pecador. Jesús, hijo de Dios, ten misericordia de mi, que soy un pecador. Jesús, hijo de Dios, ten misericordia de mi, que soy un pecador. Jesús, hijo de Dios, ten misericordia de mi, que soy un pecador. Jesús, hijo de Dios, ten misericordia de mi, que soy un pecador.
Respiro y te pronuncio. Respiro y mi corazón se llena de la dulzura de tu nombre. Respiro y recibo, sin saber bien cómo, la vida que procede de ti.
¡¡Con qué fe te lo pidió el ciego de Jericó!! Yo te lo ruego a menudo. Ten piedad de mi, de mis cegueras, de mis faltas de amor, de no saber verte en mis hermanos. Cuento con Tú misericordia y perdón.
Te grito como el ciego de Jericó. ¡¡Jesús ten compasión de mí, no me abandones de tus manos, quita mis cegueras, permiteme ser coherente con lo que profeso!!
Hoy mi grito se une al ciego de Jericó. Hoy estoy ciega y grito con él: «Jesús, Hijo de Dios, ten compasión de mí que soy una pecadora».