4 de noviembre
Martes XXXI
Lc 14, 15-24 Tráete a los pobres….
E invítales a mi banquete: a los pobres, a los lisiados, a los ciegos y a los cojos. Sal corriendo a las plazas y a las calles de la ciudad e invítales a participar en el banquee del reino. ¿Cómo entender esto hoy, Señor? Somos muchos los invitados a tu mesa, muchos los que ponemos excusas para no asistir.. Muchos los que no queremos saber ni que hay pobres en nuestras calles y plazas. Por eso no podemos entrar en tu banquete, Señor. Porque no tenemos un corazón abierto a la realidad pobre de nuestro hoy.
Señor, nos haces el mejor regalo, nos invitas cada día al banquete de tu Reino… Y seguimos poniendo escusas para no asistir, escusas para no salir a los caminos en busca de los pobres. ¡Ojalá descubramos el tesoro inagotable de tu Amor, para poder anular todos nuestros compromisos y aceptar tu invitación con gozo! ¡Ojalá dejemos que nuestra vida se llene de este tesoro, para no necesitar más respuesta que tu amor y poder darnos a los demás sin esperar nada a cambio! Esto es lo que hoy te pido.
Recibir la invitación del Señor y no aceptarla me hace recordar las veces que he dicho no a su llamada, las veces que he cerrado los ojos ante los problemas de los demás centrándome solamente en los míos, las veces que he cerrado mi corazón y mis oídos a la llamada de los que sufren, las veces que no he acudido a ayudar al que me ha llamado porque ya tenía yo bastante con mi sufrimiento.
Hoy quiero cerrar mis oídos a mi YO, para oir un poco la llamada del que me necesita porque quiero acudir al banquete al que me invita el Señor, y acudir «vestido de fiesta».