10 de noviembre
Martes XXXII
Sab 2, 23-3,9 Dios creó al hombre para la inmortalidad
Este es el mayor tesoro que nos has dado, Señor, el tesoro que nadie nos puede quitar, la vida abundante, la vida dichosa, la vida eterna en ti. Vida verdadera, vida sin límites, vida en plenitud, desde siempre y para siempre, unidos a ti. Ahí la fuente de libertad singular, la dicha permanente, el gozo inenarrable y silencioso, la nada total. Si tú estás con nosotros, ¿quién estará contra nosotros? Todo lo puedo en aquél que me conforta.
Saberme tuya Señor, en la vida y en la muerte, es el mayor de los gozos.
Me ayuda a vivir con la vista en Ti, sabiendo que estoy en tus Manos siempre y por siempre.
¿Qué es mi vida sino la tuya?
¿Qué mi muerte sino el descanso?