21 de abril
Sábado II de Pascua
Hechos 6, 1-7 La palabra de Dios iba cundiendo
Tu palabra, Señor, su fuera arrolladora, silenciosa como la suave brisa, eficaz, fecunda. Tu palabra que hace surgir vida donde hay muerte, que crea y recrea todas las cosas, que sana y salva, que acaricia y golpea, que llega hasta cada uno de nuestros corazones, hasta el centro de la sociedad, y comienza a cundir. Que como María nos abramos a tu Palabra.
Al meditar esta Palabra, me examino de mi dedicación a la oración.
Ellos se la dieron en su tiempo, y hoy más que nunca creo que estamos débiles por necesidad de Ella.
A mi como cristiana me da fortaleza, me ayuda a ser portadora de alegría cristiana, pese a tantas dificultades. Noto el día que no llego a tener ese rato de encuentro, me siento vacía.
¡¡Ayúdame Señor, a perseverar en los encuentro contigo!!
Tu palabra me saca del abismo, me acuna y me calma. Palabra envolvente en clave de sol que resuena en mis oidos lo que dura el día. Palabra intensa y ligera, oscura y luminosa, fuerte en su discurrir de tu boca a la mía.