Domingo II de Pascua
15 de abril
Jn 20, 19-31 Exhaló su aliento sobre ellos y dijo: Recibid el Espíritu Santo
Jesús acaba de presentarse de nuevo, resucitado, ante sus discípulos. Acaba de desear la paz, la paz de Dios que todo lo llena, que sacia los corazones, que colma los deseos y los anhelos. Y, además, deja su aliento, la fuerza de su Espíritu Santo.
Aliento que llega hasta nosotros en la Iglesia, comunidad de creyentes. Aliento que fortalece y vivifica. Aliento que nos hace respirar la fuerza de su resurrección, que nos resucita, que nos recrea. Me paro un momento y acojo este aliento de Dios.
Jesús resucitado entra donde están los discípulos estando cerradas las puertas.
Hoy me pongo a pensar cuantas veces tengo las puertas cerradas, las puertas de mi egoísmo, de mi envidia, y no me doy cuenta de abrirlas para que entre Jesús. Entonces me consuela saber que Él entra en mí y me llama aún cuando yo estoy encerrada.
Quiero pararme y acojer su aliento. Quiero ser uno más en esa reunión de sus discípulos.