1 de julio
Lunes XIII
Mt 8, 18-22 Tú sígueme
El mismo evangelio de ayer, para que no se nos olvide, tan torpes somos, que cada día nos llamas a seguirte a donde vayas, y vas por el camino de la desapropiación, de la entrega, de la precariedad, de la pobreza, del viento, del desapego. Seguirte es apropiarse solo de ti, donarse solo a ti, aceptar de ti todo lo que viene, como los lirios del campo, como las aves del cielo. Solo para ti, en soledad sonora, seguirte por los caminos que tú me vayas marcando cada día.
Por los caminos
de mi propio ser
mis pies mis manos
mi voluntad mi sentimiento
por los senderos
de mi más profundo ser
transitas
y me pides rendición
Te seguiré hasta que no me queden fuerzas y mi tiempo se canse,
hasta que mis ojos no tegan horizontes y mis pies agoten el camino.
Aunque atraviese valles o montañas, con luz o con tinieblas,
te seguiré hasta que mi alma se disuelva en la tuya
y solo tú la habites
Tú sígueme. Todos los días escucho la llamada. Aquí estoy, Señor.
Seguirte es ver el camino, seguirte es suavizar las caidas, seguirte es no estar sola, seguirte es sentir tus brazos levantandome cuando caigo, tus caricias cuando tengo miedo, tu voz cuando me equivoco, tus lagrimas cuando lloro. Seguirte es ver en los demás tu rostro, es convertir el egoismo en dar, convertir las penas en consuelo y las alegrías en el compartir. Seguirte es hacerme como tú para obrar como tú. Seguirte es encontrarte en la cruz donde está el amor verdadero.
Yo quiero seguirte, Señor, gracias por elegirme y llamarme.