Hijo pródigo

18 de marzo
IV Domingo de Cuaresma

Lc 15, 11-32 Y allí derrochó su fortuna viviendo sin sustancia
Vivir sin sustancia. Malgastar la vida, que la vida se pase sin profundidad, que derrochemos la riqueza que nos da nuestra dignidad humana. Vivimos sin sustancia, como el hijo pródigo, y así se nos pasa la vida.

La parábola me ofrece la posibilidad de volver a la casa del padre, a lo primigenio, deseando que un padre que nos reponga con el anillo que me da la condición de hijo y me calce las sandalias.

 

Un comentario en “Hijo pródigo”

  1. ¡Que tranquilidad supone el sentarte con esta parábola entre las manos. La escucho mil veces y siempre es actual y me llena de paz. De una paz interior que me dice lo que Dios me ama.
    Me gusta ponerme en la piel de cada hijo porque a todos, a veces, somos uno u otro.
    Me gusta ver como Dios espera mi vuelta a casa cada vez que me alejo de ella con mis pertenencias.
    Me gusta saber que Dios es mi Padre y que me quiere a mí como yo soy, no por lo que yo hago. Y precisamente es por eso, por ese amor que me tiene, por lo que yo procuro hacer lo que a él le agrada.
    Y una vez que vuelvo a casa y él me regala un anillo y hace una fiesta, tengo que quedarme a su lado y ser fiel como el hermano fiel, pero sin egoísmos con los hermanos.
    Dios es mi Padre y me ama con locura.

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