8 de marzo
Jueves II semana
Lc 16, 19-31 Había un hombre rico que se vestía de púrpura y lino y banqueteaba espléndidamente cada día…
Y había un mendigo llamado Lázaro, a la puerta de su casa, que malvivía con las migajas que caían de la mesa del gran señor, que a la vez era un miserable y un egoísta, como tantos de nosotros. Lázaros de una sociedad del bienestar, rica, opulenta, que está engordando para la matanza. Y a nuestro lado, en nuestra casa, en los márgenes de nuestra sociedad, o junto a nuestras fronteras, tantos Lázaros. Nunca escucharemos: venid, benditos de mi Padre, porque tuve hambre y me disteis de comer, fui forastero y me acogisteis….
Estoy metida en un mundo de Lázaros, Lázaros a los que les falta algo en su vida, en su inteligencia, en su razón y piden a gritos a los «ricos de su entorno» que se les ayude, que se les tenga en cuenta, que se les empuje, que se les escuche. No les oye nadie.
Hay muchos Lázaros a los que no vemos porque ya no piden, solo pasan a nuestro lado y nos miran.
Tal vez escuchando la Palabra de Dios podamos volver a escucharlos a ellos.