22 de abril
Martes octava de Pascua
Jn 20, 11-18 ¡María!
Tu pronuncias mi nombre, amado mío, y todo mi ser se estremece con la cadencia de tu voz, con el olor de tus perfumes, con el alba de su presencia, con la belleza de tu rostro transparente, con la dulzura de tu mirada, con tu ser vivo que vivifica mis muertes y me hace brincar como gacela. Tú me pronuncias y mi ser se derrite en tu boca, amado mío, maestro mío, mi señor y redentor.
Padre mío y Padre nuestro ¡¿por qué subir hasta el cielo cuando tú bajas a vernos?!