4 de marzo
Viernes VIII
Elesiástico 44, 1.9-13 Hagamos el elogio de los hombres de bien
Y especialmente de nuestros antepasados, cuyos bienes perduran en su descendencia, y cuya heredad pasa de hijos a nietos. Me hago consciente esta mañana, ante Ti, Señor, de la cadena de vida y sabiduría, de fe, esperanza y caridad, que se ha ido transmitiendo hasta mi a través de mis antepasados, desde los más lejanos hasta los más cercanos. Te doy gracias por ellos, Señor, los recuerdo y pongo ante ti.
Tenía una tía monja que nunca me reprochó nada , que me enseñaba siempre con su ejemplo, con su vitalidad y con su mirada y tengo un padre que me enseñó a no juzgar a la gente por mucho mal que hubiesen hecho: «nunca sabe nadie que hay en el interior del otro, qué situación desesperada le ha llevado a comportarse así». Caminemos, como los del cuadro de hoy, decididos y rápidos junto a los que son capaces de enseñarnos.
El que a los suyos parece honra merece….. yo estoy encantada de ser parte de mi familia y de hacer gala de ello.
Mis padres me enseñaron a rezar, me enseñaron la fe y me enseñaron a Jesús. De ellos aprendí lo que significaba caridad, amor, entrega, bondad… porque la sonrisa era el regalo que daban a todos los que se acercaban. Todo se lo debo a ellos y doy gracias a Dios todos los días por los años que me regaló en su compañía.
Ojalá pueda ser yo igual para mi hijo, que el ejemplo de mis padres se le transmita a él y sepa ver a Dios en el prójimo como a mi me enseñaron.